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La Supersticiosa Ética del Lector. Jorge Luís Borges

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    La condición indigente de nuestras letras, su incapacidad de atraer, han producido una superstición del estilo, una distraída lectura de atenciones parciales. Los que adolecen de esa superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis. Son indiferentes a la propia convicción o propia emoción: buscan tecniquerías (la palabra es de Miguel de Unamuno) que les informarán si lo escrito tiene el derecho o no de agradarles. Oyeron que la adjetivación no debe ser trivial y opinarán que está mal escrita una página si no hay sorpresas en la juntura de adjetivos con sustantivos, aunque su finalidad general esté realizada. Oyeron que la concisión es una virtud y tienen por conciso a quien se demora en diez frases breves y no a quien maneje una larga. (Ejemplos normativos de esa charlatanería de la brevedad, de ese frenesí sentencioso, puede

Un poema de Ezra Pound

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Ezra Pound   N.Y. ¡Mi Ciudad, mi amada, mi blanca! ¡Ah, esbelta, escucha! Escuchame, y yo soplaré dentro de ti         un alma. ¡Delicadamente ante la caña, atiendeme! Ahora si sé yo que estoy loco, Porque aquí hay un millón de gentes con la furia del     tráfico; Esto no es una doncella. Ni yo podria tocar una caña si la tuviera. Mi Ciudad, mi amada, eres una doncella sin pechos, eres esbelta como una caña de plata. ¡Escuchame, atiendeme! Y yo soplaré dentro de ti un alma y vivirás por siempre. Traducción José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal