Satán, Dios y la rebelión del hombre en la poesía de Baudelaire



Uno de los textos más sinceros de Baudelaire es “Mi corazón al desnudo” en el cual citaré textualmente “Existen en todo hombre, y a todas horas, dos postulaciones simultáneas: una hacia Dios y otra hacia Satán. La invocación a Dios, o espiritualidad, es un deseo de ascender de grado; la de Satán, o animalidad, es un gozo de rebajarse”.

El poeta plantea que el hombre es un ser desquiciado por antonomasia, sumergido en ese temple que sólo puede dar el angelismo o el bestialismo. El individuo de Baudelaire es un sujeto dividido entre Satanás y Dios, atraído con idéntica fuerza por lo divino y lo diabólico, y de esta naturaleza derivan sus experiencias más sublimes y más sórdidas. En lugar de dividir las relaciones entre el amor y el mal, en él aparecían mezclados, lo que la moral burguesa no podía admitir.


Dentro de los textos de Baudelaire, encontramos que la naturaleza es un acertijo por descifrar, el hombre y su desgarramiento ante el bien y el mal, que no es nada más que el extremo de una lanza a la cual todo ser estará por siempre expuesto, a buscar ser bueno o malo. Entonces el poeta tiene un oficio similar a un traductor, su conciliación busca poner en primer plano la relación con los objetos, la poesía entonces deberá entablar relación entre lo real o no real.

Pero volviendo a la ambivalencia del bien y del mal dentro de la poesía de Baudelaire, el hombre necesita probar la aspiración de los tronos angelicales y cantar en ellos, así como saborear las mieles del pecado y tocar con la punta de los dedos los carbones candentes del infierno. Baudelaire es el poeta capaz de la hermosura, aun cuando se acerque a temas escabrosos. Pero Baudelaire es mucho más que esto, es también el poeta de la corrupción y el escándalo, el provocador que quiso hacer un nuevo mundo modificando las escalas de valores. Oscuridad o luz, Dios o Satán, la belleza o la fealdad, el odio o el amor, todo emerge en una tragedia domesticada, estalla con la salvaje omnipotencia de la admiración.

Satán personifica la condición de la insurrección y de la autoafirmación, él radicalmente culpable y vencido por el poder de Dios, aquel con quien el poeta se siente identificado en su intimidad a quien reza desde su desesperación. Paralelamente Dios no es el Dios Cristo del nuevo testamento, no es Amor, nos es el martirio por los demás, sino más bien el Dios del Antiguo Testamento, el que habló a Moisés en el Monte Sinaí, el que aniquila ciudades pecadoras, el que pulverizó a Sodoma con Gomorra, el que justifica su existencia en las batallas, el Yahvé de los ejércitos, ese que se muestra vengativo durante la mayoría de los textos de la antigua alianza. Ambas divinidades se necesitan mutuamente y despiertan en el hombre iguales sentimientos: temor y devoción.

Baudelaire trata temas humanos, y uno de éstos es la moral que sostiene el hombre. El poeta crítica su contexto social, el cual era regido por los patrones del catolicismo. La moral de dicha religión era la que gobernaba sobre las mentes de los hombres. En otras palabras, es la moral de la burguesía. Baudelaire muestra la falsedad de la Iglesia Católica. Él odia esa moral, tanto como a las personas que la encarnan. En La Negación de San Pedro” se ve la idea de dejar esta doctrina y ser consecuente con el mundo que tenemos alrededor.

No cabe duda que Baudelaire desprecie a la religión; pero ello no nos dice enteramente que él adoraba al diablo. Por eso, para decir si Baudelaire alababa o no a Satán es necesario recordar lo siguiente, Baudelaire es el precursor del Simbolismo, por ello, cada verso que el escribe tiene una finalidad que va más allá de lo puramente demostrativo. Sino recordemos a Bachelard cuando habla de la polisemia del símbolo en contraposición con la monosemia del signo.
La creación de símbolos es la forma sutil de expresarse del poeta, en el caso que tratamos, Satán es un símbolo que encarna aquella la rebeldía en contra de su contexto moral y social, criticando así a esa, desgraciadamente, innegable tradición; diciendo de dicha forma lo valioso que es la autoafirmación del ser humano, por más miserable que sea. Así critica y destruye la modernidad insensible desde su poesía y desde la poesía misma.





La negación de San Pedro

Por cierto, ¿qué hace Dios de ese mar de anatemas
Que asciende día a día hasta sus serafines?
Como un déspota ahíto de viandas y de vinos,
Al dulce son de nuestras blasfemias se adormece.

Las quejas de los mártires y de los torturados
Son una sinfonía embriagante sin duda,
Ya que, pese a la sangre que cuesta su deleite,
¡Los cielos no parecen todavía saciados!

-¡Acuérdate, Jesús, de aquel Huerto de Olivos!
Con suma sencillez oraste de rodillas
A quien allá en su cielo reía de los clavos
Que unos viles verdugos hincaban en tus carnes,

Cuando viste escupir en tu divinidad
A la chusma del cuerpo de guardia y de cocina,
Y cuando tú sentiste penetrar las espinas
En tu cabeza donde habitaban los hombres,

Cuando aquel peso horrible de tu cuerpo quebrado
Estiraba tus brazos tensados, y tu sangre
Y tu sudor corrían por tu pálida frente,
Cuando fuiste mostrado como blanco ante todos,

¿Recordabas los días tan brillantes y hermosos
En que a cumplir la eterna promesa tú viniste,
Cuando a lomos de mansa borrica recorrías
Los caminos sembrados de flores y ramos,

Cuando, henchido tu pecho de esperanza y valor,
Azotabas con fuerza a viles mercaderes,
Cuando fuiste maestro? ¿No caló en tu costado
El arrepentimiento más hondo que la lanza?

- En cuanto a mí, es seguro que saldré satisfecho
De un mundo en que la acción no es hermana del sueño;
¡Ojalá mate a hierro y que a hierro perezca!
San Pedro renegó de Jesús... ¡hizo bien!


El poseso

El sol se ha cubierto con un crespón. Como él,
¡Oh, Luna de mi vida! arrópate de sombra;
Duerme o fuma a tu agrado; permanece muda, sombría,
Y húndete íntegra en el abismo del Hastío;

¡Te amo así! Sin embargo, si hoy tú deseas,
Como un astro eclipsado que sale de la penumbra,
Pavonearte en los lugares que la Locura obstruye,
¡Está bien! Delicioso puñal, ¡surge de tu vaina!

¡Ilumina tu pupila a la llama de los candelabros!
¡Ilumina el deseo en las miradas de los rústicos!
Todo lo tuyo para mí es placer, morboso o petulante;

Sé lo que quieras, noche negra, roja aurora;
No hay una fibra en todo mi cuerpo palpitante
Que no exclame: ¡Oh mi querido Belcebú, te adoro!
 

Splenn I

Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,
De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.

Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la gotera
Con la triste voz de un fantasma friolento.

El bordón se lamenta, y el leño ahumado
Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,

Herencia fatal de una vieja hidrópica,
El hermoso valet de coeur y la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores difuntos.





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